Luis Lacalle Pou tiene un estilo muy personalista de hacer política y eso se trasladó a su forma de gobernar. Quizás tenga que ver con las tradiciones de su sector político, el Herrerismo, muy dado a los caudillos fuertes, las herencias familiares (económicas y políticas), los personalismos, la poca presencia de ámbitos colectivos de decisión y una arraigada tradición conservadora. Y también con una trayectoria personal, que, en el caso del presidente, siempre estuvo basada en la proyección de su figura, por encima del sector y del partido.
Para triunfar en las elecciones tuvo que armar la alianza más amplia y heterogénea de la derecha y el poder económico de los últimos años, lo obligó la incapacidad de los dos grandes instrumentos políticos de las clases dominantes, el Partido Nacional y el Partido Colorado, de derrotar por sí solos al Frente Amplio. Lo hizo en base a conversaciones y acuerdos personales, de líderes. Después de ganar apostó a tener el sartén por el mango, todo el sartén. Lacalle Pou gobierna como si el Partido Nacional y el Herrerismo fueran toda la coalición de derecha.
Esto se expresa con claridad en múltiples acciones de gobierno: el contenido de la Ley de Urgente Consideración, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisuales, la sobre actuación y la deriva conservadora de Javier García en el Ministerio de Defensa para disputarle electorado e influencia a Cabildo Abierto y a Julio María Sanguinetti, la crisis con Ernesto Talvi y un largo etcétera.
Lacalle Pou gobierna con las prioridades del poder, tema por tema: una vez más la LUC es un buen ejemplo, pero también el Presupuesto, la política salarial y el acoso a las empresas públicas.
Gobierna con un estilo macrista, lejos de la tradición política del Uruguay, aunque aparezca con ponchos patrios, vinchas, mates y facones. Está coacheado hasta cuando se peina el jopo, a veces aparece “espontáneo”, otras “estudioso y elaborado”, otras apasionado y casi frenético.
Hay en su gestión, como lo hubo en su candidatura y su carrera política toda, un destacado lugar para el marketing político, los medios y las redes sociales.
Lacalle Pou ha construido su propia burbuja, allí se siente líder y seguro. El problema es que se ha acostumbrado a ver a la sociedad y a relacionarse con ella desde esa burbuja.
Eso que sería arriesgado para gobernar en tiempos normales; teniendo que articular una coalición porque su Partido y su sector no tienen, ni de cerca, el peso que parece querer representar Lacalle Pou; es decididamente suicida en medio de una de las peores crisis de la historia y una pandemia.
Lacalle Pou hace lo que le niega al resto de la sociedad. Se construyó una burbuja infranqueable, donde no llega nada, ni siquiera la realidad, esa cosa tan molesta que se empecina en seguir existiendo al margen de su voluntad. Lacalle Pou se sintió muy cómodo al comienzo de la pandemia, con una cadena nacional por día donde decir lo que quería y como quería, protegido por el sentimiento de unidad nacional. Era el líder de un ejemplo, lo llamaban de medios internacionales, en particular los de derecha argentinos, que lo entrevistaron encantados y lo defendieron con fruición hasta cuando hizo el impresentable berrinche en el MERCOSUR.
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