Un breve análisis sobre la música de Aníbal Sampayo


 
No sé cuándo conocí al querido Aníbal Sampayo, porque está tan unido a mi vida y la de mi familia, que no tengo noción precisa; pero cada vez que busco en mis recuerdos, vienen a mí imágenes en el patio de mi casa en Colón (E. R.), él en el arpa, Roberto Román en la guitarra, mi padre (el poeta Jorge E. Martí) matizando con sus poesías, mujeres y niños alumbrados por la magia y el encanto de la vivencia natural y profunda junto al Río de los Pájaros.

Fue desde ahí que conocí las canciones de Sampayo; es decir, conformaron parte de mi mundo sonoro y desde entonces me acompañan permanentemente.

Era muy niño para alcanzar a comprender el porqué fue encarcelado y privado de su libertad, pero sí sabía que era algo injusto, triste y doloroso, porque así lo vivía toda mi familia y los amigos entrañables de Aníbal. Cada tanto Estela, Selva o el ‘Pato’ Raschetti (su yerno), nos visitaban desde Paysandú y alguna información traían de su vida.

Mientras esto pasaba, la música siguió buscando alimentar, poco a poco, ese universo sonoro inicial, signado por las canciones regionales. Con mis hermanos fuimos atendiendo cada vez más hondamente a la música y los músicos latinoamericanos, y en ese repertorio rondaban día a día Los Olimareños, Zitarrosa, El Sabalero Carbajal, Osiris Rodríguez Castillo, Violeta Parra, Víctor Jara, Quilapayún, Vinicius, Baden Powell, Jobim, Toquinho, Nicomedes Santa Cruz, Cecilia Todd, Soledad Bravo, y luego Caetano, Milton, los Beatles, más tarde la música clásica, de Bach a Stravinsky…. 

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